
“Educar es cosa del corazón” dijo San Juan Bosco.
¿Qué se entiende por educar? Según la Real Academia Española (RAE), educar es “desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”
Y para muchos, educar es también enseñar a pensar, a sentir y a creer, es prepararnos para el día de mañana. La educación es sin duda alguna el pilar más importante sobre el que se construye una sociedad. En la actualidad, los largos turnos de trabajo cargados de estrés y a un ritmo muy acelerado, así como la mala utilización de las nuevas tecnologías de información y telecomunicación (TIC), irrumpen nuestro mayor tiempo y corremos el riesgo de interpretar e incluso llegar a asumir que la educación se limita en las aulas. Nos olvidamos que educar no es solo transmitir conocimientos académicos, sino más bien formar personas con valores, conciencia y capacidad de convivir con los demás en una sociedad diversa. Hoy más que nunca debemos entender que la educación efectiva es, en definitiva, una tarea compartida entre la casa, la escuela y la fe; estos tres pilares conforman el triángulo equilátero de una buena educación, donde cada lado y ángulo del triángulo es igual de importante que el otro, esto es, que todas las partes son igualmente valiosas y necesarias porque se sostienen mutuamente.
Pilar uno: la casa
Es, desde la casa, donde el niño aprende sus primeras enseñanzas de vida. Es en casa donde se forman los hábitos, se les inculca el respeto, la empatía, la solidaridad y la disciplina. Por eso se dice que los padres son los primeros educadores, porque esa educación se recibe desde la cuna. Las palabras, gestos y actitudes de los padres, son lecciones que se transmiten diariamente. Es ahí que, si en casa se cultivan buenos modales tales como saludar, pedir perdón, agradecer, escuchar, compartir, etc. ese niño o niña llega a la escuela con una base emocional y moral sólida. Por eso es importante y recomendable no reemplazar la educación de casa por la tecnología ni por los maestros. Cada uno debe procurar hacer su trabajo de la mejor manera posible.
Pilar dos: la escuela
Por su parte, la escuela tiene la misión de desarrollar el pensamiento crítico, la curiosidad, la autonomía y deseo de superación. Su papel no es únicamente intelectual (impartir lecciones de matemáticas, lengua, etc.). Es hora de que las instituciones educativas se adapten a los nuevos tiempos, sin perder de vista los valores humanos que siempre nos han identificado como personas en particular, y como pueblo a nivel general. Tanto es así que, un buen sistema educativo no solo dota al país de profesionales, sino también ciudadanos éticos y responsables; entendiendo con eso que, el docente es también un modelo de convivencia y ejemplo de coherencia. Me acuerdo que de niña, los que mejor apariencia física y psíquica tenían eran los maestros y religiosos: siempre iban limpios, bien vestidos peinados y perfumados; eran bastante formales y a leguas se les distinguía del resto de profesionales y todos corríamos para saludarlos, esperando con esmero que te dirijan alguna palabra. Por eso es que, cuando en la escuela se enseña con respeto, se corrige con justicia y se motiva con amor se está educando para la vida y no sólo para los exámenes. Un adagio popular dice: “El respeto comienza en casa y su eco se escucha en el aula”. Es decir, que educamos desde casa y esta educación se traspasa a la escuela. Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que la educación se fortalece cuando desde casa los padres, madres, tutores y docentes trabajan juntos.
Pilar tres: la fe
Este aspecto religioso completa la dimensión espiritual, la cual viene a dar sentido a todo lo aprendido en la casa y en la escuela. La dimensión religiosa de la educación dota un sentido más profundo cual es, que enseña a mirar más allá del éxito personal y a vislumbrar la vida desde la piedad, la humildad y la solidaridad. En este sentido, la fe no se impone, es entendida como un camino de crecimiento interior, ayuda a cultivar la paz, la esperanza y el agradecimiento. En un mundo donde muchos se sienten perdidos, la formación espiritual puede ser una brújula ética que oriente nuestras decisiones. Esta formación lejos de dividir, ayuda a fortalecer la convivencia y a promover la paz interior y social. Educar con valores religiosos es recordar que el conocimiento sin ética puede ser peligroso y que el saber sin amor carece de propósito.
Hoy más que nunca, el mundo necesita una educación mucho más compacta que una lo espiritual y lo racional, lo familiar y lo escolar, lo individual y lo colectivo. Una educación que enseñe a pensar, pero también a sentir; que promueva el conocimiento, pero también la compasión y la empatía. Educar es entonces, una tarea compartida, si la casa enseña a amar y respetar, la escuela enseña a pensar y la religión enseña a vivir con propósito. Separar estos tres pilares debilita el proceso educativo; unirlos, en cambio, da como resultado seres humanos completos y capacitados, aptos de transformar la sociedad con sabiduría y bondad. Porque al final, la educación no consiste únicamente en aprender a leer o escribir, sino en aprender a ser personas.
Eduquemos a nuestros hijos e hijas a ser buenos profesionales y profesionales buenos desde la perspectiva cristiana; eso hará de ellos/ellas y de nuestra sociedad un entorno más seguro y justo. Quisiera terminar esta reflexión con las siguientes palabras de San José de Calasanz: “Si desde su tierna edad, los niños son imbuidos con amor en la piedad y en las letras, puede esperarse un curso feliz en toda su vida”.
María Jesús ESONO AFANA
Gerente de la UNGE (Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial)



